El Flash Flash divierte, que no es poco
Leopoldo Pomés y Alfonso Milá nunca hubieran montado el Flash Flash si no hubiera sido un proyecto divertido. No sabían nada de restauración, no conocían el negocio y 'escandallo' era una palabra que no estaba en su diccionario. Un prominente empresario de la hostelería en la Barcelona de 1970, al que llamaron para compartir ideas, les vaticinó la ruina y si no le hicieron caso fue porque eran unos insensatos con más ganas de pasarlo bien que de ganar dinero.
Pomés y Milá tenían muy claro que el Flash Flash debía recoger el ambiente inconformista y moderno que empezaba a colarse por las rendijas que dejaba abiertas la dictadura. La vecina calle Tuset era lo más cerca que estaba España de la Europa laica, democrática y desinhibida que había empezado a tostarse en las playas de Ibiza, Mallorca y la Costa Brava.
Al Flash no le ha costado mantener aquel espíritu fiestero porque lo lleva en el adn. La fiesta del décimo aniversario y también la que se montó en noviembre de 1995 para celebrar las bodas de plata lo demuestran. Sin la maldita pandemia, el párking Tave ya hubiera acogido la gala de los 50 años.